martes, 18 de marzo de 2008

LA MALETA ROJA

- A ver, sentaros aquí, en círculo, justo como he puesto las sillas.

- Mari Trini: “ O me dices de qué va ésto o yo me voy de aquí. Tú sabes que aquí todos sentados en alrededor de la mesa me huele a otra cosa. Yo no quiero saber nada de lo que tu ya sabes. Ese tema ya se cerró.”

- Qué no, que no va de eso. Calla ya que verás. Va a ser muy divertido.

- “Si Franco levantase la cabeza. A más de uno lo metía en su nicho. ¿A qué se debe esto de convocar una reunión extralaboral en la Pensión? – dijo Ciro Matamoros.
- Amanda Monti: ¿Qué es lo que llevas ahí? Me resulta familiar.

- Muérdete la lengua Amanda!

Tanto el personal como algunos inquilinos de la Pensión entraron en la sala de reuniones. Algunos miraban escépticos. Sobre todo Pavel. Hacia como si se integrara en aquella reunión pero me parece que asistió obligado y medio comprometido ya que Amanda le agarró de la mano y empezó a pellizcarle el moflete.

- A partir de ciertos años de convivencia y de rutinas, de falta de tiempo, … se necesitan de unas condiciones especiales para que nuestro deseo se desarrolle, estimule y se sublimen nuestras apetencias. Si hacemos oídos sordos a su llamada y un posponer constante, tengo la solución inmediata.

Mari Trini empezó a mirar de manera estupefacta. “No quiero más misterios” - dijo en voz alta. “Que si el más allá, que si una carta, que si una caja, …y ahora una maleta”. El cocinero Martín cómplice de su opinión dice: “¿Qué hay ahí dentro?”.

- Dejen espacio que voy abrirla y a mostrar su contenido. Va a ser divertido. La Pensión necesita salpimentarse un poco, cocinero Martín, tu entiendes de estas cosas. Sobre todo desde que apareció la amenaza de un mal temporal que parecía que se iba a llevar ésto cual casa de los tres cerditos. Mari Trini esto es para ti.

Le enseñó una cajita que abre entusiasmada.

-¿Pero esto que es? ¡Ay, pero si es un tirachinas!

-¡Qué burra eres! Es un tanga, mujer.

-¿Un tanga?

-¡Pero si yo no tengo edad de esas cosas! Y para quélo quiero pues no conozco varón alguno.
-Ay pobrecita! y los ruidos que escuchamos el otro día? Con quién estabas en el cuarto de las escobas? –dijo Ciro Matamoros.

Adam White quedó estupefacto. Y blanco como su apellido. Me dirijo a él y le digo: “í a ti también te escuchamos, fuiste la comidilla del fin de semana. Yo te lo digo por tu bien. Con esa pinta de bueno, luego te gusta hacer de psicópata. Toma para tí el LIP SMACKING, con él, la locura que sacas cobrará una nueva dimesión. Que lo prueben contigo y luego me cuentas ...

-“Compi de aventuras, ¿y para mí qué?" -Me susurra sensualmente Amanda, tras dejar de acariciar la mano de Pavel.

- ¡Ay amiga! Para que veas que no ando con miserias ni haciendo rifas por los locales. A ti te entrego el SILICONE MINI-OSCILLATOR. Espero que tengas la suficiente paciencia para leerte las instrucciones o se las das a Pavel porque creo que vienen en Ruso o en Checo …
Rafael Matamoros tenía en la mano un CANDY G-STRING.

- Para usted Doctor. Un tanguita hecho a base de pastillas. Para que se lo regale a su amiga Laura la próxima vez que venga a darle Oximax. Se le esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Creo que es la primera que lo veo. Aunque desde que está siendo visitado por Laura tiene un brillo especial en la mirada.
...

sábado, 8 de marzo de 2008

Laura y el Osimax

La única persona que me hace sonreir en este mundo es Laura.

Laura tiene unos treinta y tantos años y sabe seducirme. Viene a verme todos los jueves al hospital porque es la representante de un laboratorio que produce un caro medicamento para la osteoporosis: el Osimax. Yo sé que ese medicamento no sirve para nada y Laura sabe que yo sé que no sirve para nada. Pero ella llega todos los jueves, a la una de la tarde, abre la puerta de la consulta y con su perfecta sonrisa me dice:

-Hola Doctor Matamoros, ¿puedo pasar?

Mientras tanto, ya ha entrado, ya se ha sentado delante de mí y mientras me habla de las falsas delicias de su medicina, me permite mirarle sutilmente el escote.

Por eso, cuando me llega una vieja con osteoporosis y cara de querer tomar pastillas, yo le receto el Osimax aún sabiendo que de poco le va a servir. Ya sé que es mala praxis recetar placebos, pero estoy dispuesto a cargarle fármacos inútiles a la Seguridad Social con tal de que Laura siga viniendo puntualmente a visitarme. ¿Y qué queréis? Al fin y al cabo, es el único momento de la semana en el que soy un poco feliz.

viernes, 7 de marzo de 2008

El propietario


Mientras aligero el paso pienso y me cuesta creer que de nuevo vaya a llegar tan tarde a trabajar. Después de quedarme dormido el otro día ya tomé la determinación de usar dos despertadores –el segundo fuera de mi alcance-, de modo que esto no debería haber ocurrido.

Al llegar a la Pensión vuelvo a ver que Ciro y Rafael Matamoros están en la recepción. Intento pasar de largo cuando, para mi sorpresa, les oigo reír a carcajada limpia. Compruebo que me están mirando fijamente, y entonces contemplo la posibilidad de haber salido a la calle en zapatillas o con el pantalón del pijama. Me miro con disimulo y veo que todo está en orden, aunque esto no evita las miradas descaradas de cuatro personas que estaban sentadas en la sala de espera, ni las de tantas otras con las que me cruzo.

Me noto cada vez más agitado e invadido por el desconcierto, y con semejante bloqueo sólo se me ocurre refugiarme en la cocina, donde tal vez podría conseguir algún remedio para tranquilizarme un poco. Bajo las escaleras pensando si debo tomarme un té o una tila -¿el té no era excitante? La tila sabe a rayos-, atravieso el comedor sin mirar a nadie y me asomo a la cocina, donde el cocinero Martín custodia tres enormes ollas humeantes.

- Buenos días Martín, ¿podrías ponerme una infusión o algo parecido? Esta mañana me siento más agitado de la cuenta.

El cocinero se gira y me lanza una implacable mirada con el ceño fruncido.

- Para los que llegan tarde no hay desayuno –responde él de forma lapidaria.

Sin dar crédito a lo que acababa de oír, y sin pararme a comprobar si aquello era una broma, me dirijo a la sala de calderas.

Una vez dentro, el recinto me parece más lúgubre e inhóspito que nunca. Procuro calmarme, pero mi intento de respirar profundamente se ve truncado por un sobresalto cuando descubro que no estoy solo en la sala de calderas. Una figura ensombrecida ha empezado a caminar hacia mí, y yo estoy paralizado. Curiosamente, a medida que se acerca los tragaluces van revelando su cuerpo, pero su rostro sigue envuelto en sombras. Intento gritarle, pero no soy capaz de articular sonido alguno. La misteriosa figura extiende un brazo y me muestra la palma de su mano.

- Devuélveme la caja –sentencia con un tono neutro, carente de cualquier emoción.

En ese preciso momento suena el despertador más estridente que nunca y abro los ojos con fuerza al tiempo que noto unas gotas de sudor impregnándome la frente. Mantengo el silencio durante unos segundos y luego vuelvo a cerrar los ojos, mientras pienso que aún faltan diez minutos para que suene el segundo despertador.

jueves, 6 de marzo de 2008

Nuevos amigos


- No me lo puedo creer. Lo último que me podía esperar cuando llegué aquí es encontrar a un europeo hablando mi lengua – me dice con un español difícil de entender.
- Ya me gustaría hablarla. En realidad sólo soy capaz de hilvanar un par de frases seguidas – le respondo a la vez que apoyo mi brazo en el mostrador. Llevamos un rato charlando y estoy más relajado a pesar de estar de pie.
- El simple hecho de que la conozcas ya me parece inverosímil. – El sonido estridente del teléfono que tiene a su lado interrumpe la conversación. – Disculpa, tengo que atender una llamada.


A esta hora de la tarde el local está muy concurrido. Es tal el alboroto existente que hay que levantar la voz para poder entenderse. Ahora que presto atención al ruido de fondo me doy cuenta de que se cruzan conversaciones en todo tipo de idiomas, síntoma evidente de la presencia mayoritaria de personas de diferentes nacionalidades, como ya sospechaba. Incluso, empiezo a dudar de que haya algún español en la sala.


Parece que la conversación telefónica se prolonga. Es curioso como sigo reconociendo ese acento tan característico de su lengua materna. Pensándolo fríamente, no sé quién está más sorprendido de los dos. Quién me iba a decir a mí que, al cabo de tantos años, coincidiría con alguien de la misma región de Burundi en la que estuve algún tiempo ayudando en las labores de reconstrucción de aquella vieja escuela destrozada por la guerra. El rato que hemos estado hablando me ha hecho revivir aquellos días tan intensos que pasé en ese recóndito país de la región de los Grandes Lagos con el dudoso honor de ser uno de los más pobres del planeta.


Posiblemente aquélla haya sido la etapa de mi vida de la que me sienta más orgulloso. Las circunstancias han hecho que mi estancia de once años en Colombia haya ido por otros derroteros, aunque igualmente ha sido muy fructífera. De hecho, no sólo me ha servido para aprender el castellano con gran corrección, sino también para adquirir una serie de habilidades e instintos de gran utilidad. Y mi instinto ahora me dice que estoy delante del hombre idóneo para el cometido que quiero emprender una vez me haya establecido aquí.


- Ya estoy contigo – me dice interrumpiendo súbitamente mis pensamientos.
- Aquí tienes el importe exacto de la llamada. Se me ha hecho un poco tarde, pero espero que podamos reanudar esta charla en otro momento.
- Cuando quieras. Ya sabes dónde encontrarme – me desafía incrustando con complicidad sus afilados ojos negros en los míos. Salgo del locutorio con una doble sensación de alegría. Inesperadamente, creo haber encontrado a la persona que andaba buscando y, por otro lado, mi contacto acaba de decirme el lugar donde tengo que realizar la entrega. Es un club que, por las referencias que me han dado, no está lejos de aquí. Tiene un extraño nombre: el Cheetah.

lunes, 3 de marzo de 2008

Recuerdos y Sorpresas.


La pensión estaba en silencio, la noche estaba avanzada y yo no tenía ganas de dormir.
Desde la sala de estar podía contemplar el mostrador de la pensión e incluso la puerta de entrada a la misma.
Hoy me sentía solo; había estado leyendo la carta que me dejaron en el mostrador y su contenido no paraba de dar vueltas y más vueltas en mi cabeza. Me sentía profundamente vacío, como si los recuerdos de otra época estuviesen invadiendo mi espíritu y no se pudiesen contener en mi mente.
Sentado en mi sofá, mirando el infinito, recordaba aquellos días de juventud en los que se podía sentir el calor del sol y el aire fresco, me recordaba a mi mismo jugando en mi jardín, cerca de casa teníamos un pequeño riachuelo con el que mi hermano y yo jugábamos a los barcos con una improvisación de corchos construidos por mi padre para tal fin; así se nos pasaban los días.
Pero la vida no había resultado fácil, al menos para mí, y no quería echarle las culpas a nadie, pero lo cierto es que ya no era aquel niño feliz que jugaba alegremente. Ahora, era un hombre fuerte, duro, al que nadie podía tocar sin salir mal herido.
La carta hablaba de una persona que para mí ya no existía, o al menos eso pensaba.
Un ruido sordo me sacó de mis pensamientos.

- ¡ ¿Pero qué coño ha sido eso? ¡.

Alguien había entrado y salido de la pensión echando leches. Me asomé al salón recibidor, pero no había nadie, la puerta estaba nuevamente cerrada, y todo parecía en su sitio, todo menos una cosa; sobre el mostrador y perfectamente bien colocado, había dejado un sobre.
Por un momento fui incapaz de moverme, mi mirada no se apartaba del sobre, tenía algo escrito, pero desde mi posición era incapaz de leerlo.

-¿Quién coño está haciendo esto? – chillé sin contemplación, pero nadie respondió.

No estaba dispuesto a dejarme avasallar por nadie, tras de mí, por la puerta lateral que conduce a la cocina apareció Martín, el cocinero.