lunes, 3 de marzo de 2008

Recuerdos y Sorpresas.


La pensión estaba en silencio, la noche estaba avanzada y yo no tenía ganas de dormir.
Desde la sala de estar podía contemplar el mostrador de la pensión e incluso la puerta de entrada a la misma.
Hoy me sentía solo; había estado leyendo la carta que me dejaron en el mostrador y su contenido no paraba de dar vueltas y más vueltas en mi cabeza. Me sentía profundamente vacío, como si los recuerdos de otra época estuviesen invadiendo mi espíritu y no se pudiesen contener en mi mente.
Sentado en mi sofá, mirando el infinito, recordaba aquellos días de juventud en los que se podía sentir el calor del sol y el aire fresco, me recordaba a mi mismo jugando en mi jardín, cerca de casa teníamos un pequeño riachuelo con el que mi hermano y yo jugábamos a los barcos con una improvisación de corchos construidos por mi padre para tal fin; así se nos pasaban los días.
Pero la vida no había resultado fácil, al menos para mí, y no quería echarle las culpas a nadie, pero lo cierto es que ya no era aquel niño feliz que jugaba alegremente. Ahora, era un hombre fuerte, duro, al que nadie podía tocar sin salir mal herido.
La carta hablaba de una persona que para mí ya no existía, o al menos eso pensaba.
Un ruido sordo me sacó de mis pensamientos.

- ¡ ¿Pero qué coño ha sido eso? ¡.

Alguien había entrado y salido de la pensión echando leches. Me asomé al salón recibidor, pero no había nadie, la puerta estaba nuevamente cerrada, y todo parecía en su sitio, todo menos una cosa; sobre el mostrador y perfectamente bien colocado, había dejado un sobre.
Por un momento fui incapaz de moverme, mi mirada no se apartaba del sobre, tenía algo escrito, pero desde mi posición era incapaz de leerlo.

-¿Quién coño está haciendo esto? – chillé sin contemplación, pero nadie respondió.

No estaba dispuesto a dejarme avasallar por nadie, tras de mí, por la puerta lateral que conduce a la cocina apareció Martín, el cocinero.