jueves, 6 de marzo de 2008

Nuevos amigos


- No me lo puedo creer. Lo último que me podía esperar cuando llegué aquí es encontrar a un europeo hablando mi lengua – me dice con un español difícil de entender.
- Ya me gustaría hablarla. En realidad sólo soy capaz de hilvanar un par de frases seguidas – le respondo a la vez que apoyo mi brazo en el mostrador. Llevamos un rato charlando y estoy más relajado a pesar de estar de pie.
- El simple hecho de que la conozcas ya me parece inverosímil. – El sonido estridente del teléfono que tiene a su lado interrumpe la conversación. – Disculpa, tengo que atender una llamada.


A esta hora de la tarde el local está muy concurrido. Es tal el alboroto existente que hay que levantar la voz para poder entenderse. Ahora que presto atención al ruido de fondo me doy cuenta de que se cruzan conversaciones en todo tipo de idiomas, síntoma evidente de la presencia mayoritaria de personas de diferentes nacionalidades, como ya sospechaba. Incluso, empiezo a dudar de que haya algún español en la sala.


Parece que la conversación telefónica se prolonga. Es curioso como sigo reconociendo ese acento tan característico de su lengua materna. Pensándolo fríamente, no sé quién está más sorprendido de los dos. Quién me iba a decir a mí que, al cabo de tantos años, coincidiría con alguien de la misma región de Burundi en la que estuve algún tiempo ayudando en las labores de reconstrucción de aquella vieja escuela destrozada por la guerra. El rato que hemos estado hablando me ha hecho revivir aquellos días tan intensos que pasé en ese recóndito país de la región de los Grandes Lagos con el dudoso honor de ser uno de los más pobres del planeta.


Posiblemente aquélla haya sido la etapa de mi vida de la que me sienta más orgulloso. Las circunstancias han hecho que mi estancia de once años en Colombia haya ido por otros derroteros, aunque igualmente ha sido muy fructífera. De hecho, no sólo me ha servido para aprender el castellano con gran corrección, sino también para adquirir una serie de habilidades e instintos de gran utilidad. Y mi instinto ahora me dice que estoy delante del hombre idóneo para el cometido que quiero emprender una vez me haya establecido aquí.


- Ya estoy contigo – me dice interrumpiendo súbitamente mis pensamientos.
- Aquí tienes el importe exacto de la llamada. Se me ha hecho un poco tarde, pero espero que podamos reanudar esta charla en otro momento.
- Cuando quieras. Ya sabes dónde encontrarme – me desafía incrustando con complicidad sus afilados ojos negros en los míos. Salgo del locutorio con una doble sensación de alegría. Inesperadamente, creo haber encontrado a la persona que andaba buscando y, por otro lado, mi contacto acaba de decirme el lugar donde tengo que realizar la entrega. Es un club que, por las referencias que me han dado, no está lejos de aquí. Tiene un extraño nombre: el Cheetah.