sábado, 12 de enero de 2008

Se esfumó

Pronto en mi vida fue demasiado temprano. Durante mi infancia me influyeron de sobremanera los artilugios para espiar usados por la pandilla de Scooby Doo y los gadgets de James Bond. Desarrollé cierta desconfianza hacia la gente que me rodeaba y agudicé mi perspicacia. Existen agujeros en las paredes por los que a través de cuadros colgados visualizo los interiores. A menudo el encargado de mantenimiento, Adam White me los ha tapado preguntado su por qué. A lo que yo hacía oídos sordos.

Me gusta observar a la gente. Analizar sus pautas de comportamiento. Decidí entrar a trabajar en la Pensión porque podría ver en un mismo lugar a personas diferentes e introducirme en su cotidianidad. Soy el que les da la bienvenida, recoge sus maletas y proporciona la llave del lugar donde habitarán por un tiempo acompañada de una entusiasta y sincera sonrisa. Suelo detenerme sobre todo en la gente que pasa largas temporadas. Las personas-flashes no me interesan. Al igual que llegan se van. Sin tiempo para interactuar con los huéspedes y sin que ellos me aporten nada. Enriquezco mi visión con la aportación de la limpiadora Maritrini a través de los objetos y de lo que le va llamando la atención de las habitaciones.

Además de la cotidianidad intento involucrarme en sus facetas lúdicas. De ahí que por las noches actúe dentro de un local bastante peculiar en la ciudad. El “Cheetah”. No soy una Drag Queen. Me considero un actor. Mi compañera de trabajo es Amanda Monti. Anteriormente también nos acompañaba La Davi. Pero tras su intoxicación nos dejó más hueco en el escenario.

Dentro de la Pensión, en una de mis observaciones, me quedé perplejo ante lo que le sucedió al hijo incomprendido y olvidado de un matrimonio liberal bastante ocupado de sus quehaceres y las juergas vividas en el Cheetah. A su hijo lo solían dejar en la habitación en cuanto terminaban de cenar. El muchacho tenía un mundo bastante peculiar. Hablaba con alguien. Tenía un amigo imaginario con el compartía historias, dormían y veían la televisión juntos. Era curioso verle sentado en una mesa con sillas enfrentadas. Él mismo hacía la conversación de ambos. Bastaba con sentarse en la silla opuesta para que hablase con otro tono creyéndose que era su amigo invisible. El amigo invisible lo invitaba a irse de la habitación. A escapar. Era una especie de alter ego hablando en voz alta. Varias veces lo vi hacer la maleta y con la mano en el picaporte a punto de marcharse. Pero en una de estas ocasiones dejó la maleta hecha cerca de la almohada, abrió la ventana y se sentó encima de la cama y se arropó enteró. No hacía más que repetir: “Me quiero ir”, “No os quiero ver más”,… Parece que entró en una especie de mantra y repentinamente como si se lo hubiese tragado el colchón el niño se desvaneció entre las sábanas.