sábado, 5 de enero de 2008

Sacar a comer a mis hijos


Esta mañana me ha llamado Pilar para recordarme que hoy me toca sacar a comer a los niños.

-Ya lo sabía, no hace falta que me lo recuerdes, sé qué días tengo que ir a recogerlos -contesto y le cuelgo.

En realidad, había olvidado que ahora los festivos me toca quedarme a mí con ellos; pero no voy a reconocer ante Pilar mi olvido, que la muy zorra es capaz de grabarme la conversación y presentársela al juez alegando que ni siquiera estoy capacitado para quedarme con los niños una vez cada dos semanas: no es la primera vez que intenta cosas así.

A las dos saco el coche del garaje de la pensión y bajo por la Ronda en dirección a casa de Pilar. En realidad, la casa de Pilar es mi casa desde el momento en que fui yo quien pagó completamente la hipoteca, pero ya me duele la boca de explicarle eso al gilipollas de mi abogado; él me dice que lo normal es que la mujer se quede con la casa y con los niños, así que a mí no me queda otra que cagarme en el Código Civil.

Mi hija tiene diez añitos y se sienta en el asiento trasero después de darme un besazo en la mejilla. El mayor se sienta delante y ni siquiera me da los buenos días, sino que se dedica a mirar todo el viaje por la ventanilla.

-¿A dónde queréis que os lleve a comer?
-Al Sloopy, papá, llévanos al Sloopy, por favor -me dice la niña, que tiene la desgracia de llamarse también Pilar.

Consigo aparcar en Virgen de Luján y entramos en esa pizzería en la que sillas y mesas están siempre un poco grasientas. Pido una cerveza y mis hijos, una hamburguesa cada uno.

-Si queríais comer hamburguesas, podríamos haber ido a algún sitio mejor -les reprocho.

Yo no quiero nada, no tengo hambre. Me entretengo en ver comer al mayor mientras me bebo mi cerveza. Tiene dieciséis o diecisiete años y engulle como un cerdo. Apenas levanta la hamburguesa del plato, lo que hace es inclinar la cabeza sobre la comida. Más que morder su hamburguesa, parece que la está desgarrando. Sube por fin la cara y veo que tiene esos cuatro pelos del bigote que nunca se afeita llenos de mayonesa. Qué asco me da.

-Dice mamá que cuándo vas a dejar de vivir en el hotel del tito.
-Dile a tu madre que no se meta donde no le importa.

Yo también tengo la desgracia de que el mayor se llame igual que yo: Rafael Matamoros.