lunes, 28 de enero de 2008

El juego de los pies (parte I)


Tengo que reconocer que antes tenía la mala costumbre de andar cabizbajo y que ese hábito me llevó a adquirir una manía consistente en imaginarme como serían las personas a partir de sus zapatos. Jugaba a adivinar que tipo de ropa llevaban, como podrían ser físicamente e incluso me inventaba sus vidas. Desde que corregí esa postura tan dañina para la espalda, la dinámica ya no tiene sentido, pues ver directamente sus caras no da pie a la invención. Afortunadamente el día que llegué a esta pensión no podía imaginar que el destino iba a ser tan benévolo conmigo.

El primer día aquí los nervíos me comían pensando como iba a ser mi lugar de trabajo, iba con ganas de innovar y ofrecer nuevos platos a los inquilinos, con ilusiones renovadas de poder ofrecer mi arte a los demás. Cuando el director me indicó que la cocina estaba en el sótano junto al cuarto de calderas mis expectativas se vinieron abajo, y de nuevo con la cabeza gacha fui bajando las escaleras camino de aquel lugar que me imaginaba húmedo y con poca luz.

Al entrar mis ojos se detuvieron en un punto, ni siquiera me paré a ver la disposición del mobiliario. Todo a mi alrededor se hizo invisible, sólo tenía ojos para la pared que daba hacia la calle y el gran lucernario que se abría paso entre los ladrillos.

Desde entonces, me paso las horas contemplando tal desfile de pies envueltos en zapatos y algún que otro descalzo y magullado. La distracción no es buena amiga de un cocinero porque ya algún plato que otro se me ha quemado. Pero no me importa porque de nuevo vuelvo a jugar, pero esta vez con la cabeza bien alta.