martes, 29 de enero de 2008

El perfume de la permanencia


La actuación de ayer en el Cheetah fue dura. Su música va cambiando a lo largo de la noche como su público y lo que te va ofreciendo el local. Creo que por eso persiste con los pasos de los años y corre mejor suerte que otros locales emergentes que se desvanecen en cuanto pasan de moda su estética o empiezan a ser colonizados por gente indeseable por la mayoría.

Aún no he eliminado del todo el maquillaje de mi cara. Mi boca aún se encuentra enrojecida y algo hinchada. Me gusta seducir a ese tipo de gente que cuando me mira esquiva la mirada. A veces resulta una situación violenta sobre todo para la persona que miro. No quise intimidar y al bajar del escenario toque su hombro y le dije que me acompañara.

Fuimos al camerino. Allí observaba por el reflejo oscuro de un mueble lacado mientras me cambiaba y hacía la maleta. Tomaba una copa que preparé antes. Miraba el tocador de Amanda. Acarició alguna de las pelucas que tenía preparada para esa noche y le llamó la atención el tocador de La Davi, tenía un perro de peluche y dos Vírgenes pequeñitas que cambiaba de vestimenta según la época litúrgica. Tenía la frente sudada. Era tarde y el local ya había aminorado tanto la intensidad lumínica como la potencia del extractor de humo. Yo también sudaba.

Siempre me había excitado el olor corporal y que se mezclase bien con mi piel. En muchas ocasiones no me duchaba porque me gustaba que permaneciese ese olor conmigo todo el día. El tuyo era un olor lácteo, aún lo conservo en mi pecho y de vez en cuando abro mi camisa y aspiro tu recuerdo.

Mis ojos tiene el insomnio de una noche de risas y complicidades con algunos rastros de la brillantina por mi cuello. Mi cama la dejaré deshecha para cuando vuelva de la jornada que me espera respirarte de nuevo y abrazar mi almohada como si fueras tú.