Por aquellos días de primavera mi vida estaba putrefacta, como la mayoría de los alimentos de mi recién estropeado frigorífico. Mi sueldo necesitado de levadura, era como un canapé: pequeño e incapaz de saciar mis necesidades.
Con idea de alimentar la economía sumergida, la búsqueda de algún cartel callejero donde figurase “Reparaciones a buen precio” me llevó más tiempo que encontrar una receta adecuada para un ocasión especial.
Tras veintinueve minutos de rastreo, paré a descansar en la plaza del Pan. Sólo de mirar el nombre mi vacío estómago se regocijaba de alegría. Transcurrido no sé cuanto, callejeé por no sé donde, y allí en la intersección de las calles Agua y Pimienta colgaba aquel folio escrito a mano: “Adam white, técnico de mantenimiento. Precio: la voluntad”
Rápidamente, arranqué una de las tiras con el teléfono y me puse en contacto con él. Dos horas más tarde, mientras me reparaba el electrodoméstico empecé a hablarle de mi vida, fruto de la desesperación: “¡Encima que todo me va mal, el frigorífico de tan sólo año y medio decide prescindir de mi!”. Sólo buscaba consuelo, unas dulces palabras con las que nutrir mi desesperación.
Con idea de caerle en gracia y reducir “la voluntad” al máximo, una vez terminado su trabajo invité a Adam a limonada y crêpes caseros que él aceptó encantado. Tras el primer bocado y el segundo sorbo, su expresión cambió a una gran sonrisa. “¡Eres quién buscábamos!” me dijo sin venir a cuento. Yo, que no entendía el porqué de sus palabras sólo pude hacer un gesto de ignorancia que él respondió mostrando uno de sus folios manuscritos: “Se busca cocinero de buena voluntad y amable paladar. Razón Pensión Bienvenido.”
Desde aquel día, mi vida cambió a mejor. Ahora desde los fogones de esta cocina que me vio renacer, alimento a todo aquel que se hospeda en esta vuestra pensión con platos aderezados de cariño, porque no sólo de pan vive el hombre.
|